jueves, 6 de agosto de 2009

Volver...

No hacía mucho frío aunque el cielo estaba algo nublado, a pesar de todo, era verano y las primeras horas de la tarde se notaban al llenarse las cafeterías de la zona.

Mi padre, tranquilo, cumplía una de esas letras pequeñas que tienen los patriarcas, esperaba una larga cola para darnos libertad y descanso a los demás. Mi madre mientras, paseaba con sus gafas de sol, iba de escaparate en escaparate para ver que souvenir merecía la pena, pero era capaz de no perder la concentración ni despegar la mirada de nosotros, era esa vigilante perenne, era una madre pendiente de sus hijos, era mi madre. Mi hermana, por aquel entonces, podía batir cualquier record del mundo de velocidad, era capaz de estar aquí y allí, al mismo tiempo te iba a buscar, se ponía impertinente, llamaba tu atención y te alegraba, todo eso en menos de un minuto, así con todos los miebros de la familia en simultáneo; en esa época sí que era la hermana pequeña....

... Y yo, sentado en una larga escalinata, grababa con mi cámara de video esa inmensa hilera de peregrinos que llevaban a la espalda sus maletas y traían caras de alegría, parecían un ejército de caracoles con sus casas a cuesta e invitados a una fiesta, rostros de estar viviendo el día perfecto, el que siempre habían soñado, a ellos poco le importaba que estuviera nublado aunque fuera verano.

Han pasado los años, he olvidado algunos detalles, apenas recuerdo de que era la empanada que mis padres nos había comprado para matar el tiempo de espera, tampoco recuerdo la ropa que llevaba ni soy capaz de recordarme físicamente, aún así, en mi mente me veo muy niño, un niño a los pies de la Catedral de Santiago.

Ahora estoy apunto de salir, escribo aquí porque creo que es la mejor forma de matar los nervios, esos que tiene un caminante en el último minuto cuando le abordan las dudas, esas de no saber cómo irá la cosa, de tener mil cabos sueltos, de vivir una aventura; lo único que se tiene claro es el destino, el resto está en el aire. El mío se encuentra en Galicia y algunos lo llamaron Campo de Estrellas, Compostela.

No recuerdo si al final llovió esa tarde, creo que a mi padre le gustó mucho lo que compró mi madre y mi hermana posiblemente contaría los escalones varias veces y me parece que hasta los subió a la pata coja. No sé.

Lo que no he olvidado es que ese día, viendo toda esa gente, viendo sus caras y sus pies, viendo sus manos agarrados a sus bastones, viendo que no tenían nada y al mismo tiempo se sentían tenerlo todo, ese día prometí que algún día volvería a ese lugar, pero esta vez yo sería parte de ese ejército de caracoles, yo llevaría mi casa a cuestas y yo sería ese peregrino al que no le importa que el cielo esté nublado una tarde de verano.

Comienza mi camino y voy a cumplir esa promesa, esa en la que mi padre en su espera, mi madre con su mirada y mi hermana con su inquietud fueron testigos aunque no llegaron a darse nunca cuenta.

Hoy hago mi camino por mí, por ellos y por tí.... por todos y cada uno de los que vais conmigo en mi mochila y me voy con ganas de sentir frío, hambre, miedo, sueño y soledad, porque así espero darme cuenta de las cosas que valen la pena.

Y ya lo dijo Serrat, se hace camino al andar. El mío termina en Santiago, o allí es donde empezará.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

simplemente,precioso. karlitos ers grande nunka lo olvides suerte y besos

Cristi Martín dijo...

Han pasado exactamente 10 años...yo tampoco recuerdo bien los detalles, pero si recuerdo perfectamente las sensaciones que recorrian mi cuerpo aquella tarde...el cansancio,la curiosidad,algo de hambre, ganas de jugar,saltar y reir...quizas ya no esté al 100% de facultades para batir esos records de velocidad e impertinencia, pero lo que si te digo es que sigo siendo la hermana pequeña, y que aunque después de 10 años no hayamos cruzado de la mano la puerta de la catedral de santiago...la hayas cruzado tu solo pudiendo cumplir tu promesa.

P.D; te quiero un montón y me encanta que cuentes batallitas...